Jul 1, 2016

Nuestra Señora del Portal

Cuando allá por los años primeros del siglo XIV se dio comienzo a la construcción del monasterio de Belvís, encontraron los obreros entre los cimientos de un muro que derribaban una imagen de la Santísima Virgen con su hijo en brazos, admirablemente tallada en piedra, de esbelta y graciosa figura y rostro tan venerable, que infundía en las almas un gran respeto y mucho amor; y parecía que solicitaba una oración de sus devotos.

Aquellas cristianas gentes guardaron con interés la imagen de la Virgen que Dios les había ofrecido -pues hay razones bastantes para creerlo así- y, más adelante, quisieron ponerla, para su mayor gloria y alabanza, en el mismo lugar en donde la habían hallado, sobre el portal que todavía hoy existe.

Para perdurable recuerdo de tan famoso hallazgo, pusieron al monasterio el nombre de Santa María de Belvís.
Y quiso Dios que la devoción santiaguesa posara sus miradas en aquella santa imagen y fuese a buscar a su lado el remedio para sus aflicciones y la tranquilidad para su espíritu.

La Santísima Virgen prestó consuelo a los corazones huérfanos, tuvo bálsamos para las heridas de los enfermos, fue con frecuencia cobijo de todas las desgracias y su bondad se derramó acariciadora y caritativa, sobre las almas devotas.

La fama de la Virgen de Belvís se fue extendiendo por toda la ciudad y era mucha la gente que iba a postrarse a sus plantas, ansiosa de sus favores.

Era entonces rector de la iglesia de San Félix de Lovio, la más antigua de Santiago, cerca de la cual se erguía el palacio del conde de Altamira, un sacerdote ejemplar como los verdaderos cristianos, de santa vida y buenos sentimientos. Desde su iglesia, un día percibió en la oscuridad de la noche, al pie del monasterio de Santa María de Belvís, unas luces que jamás había visto y que le llamaron la atención. Quizá este hecho pasara inadvertido para otras gentes si a las noches siguientes no volviera a verlas en el mismo lugar en que las había observado por primera vez. Y cuando, curioso, fue a averiguar la causa de aquellas luces extrañas, que brillaban claras y resplandecientes entre los muros ensombrecidos del monasterio, comprobó con asombro que por la noche llegaba allí un invisible ser que ponía junto a la Virgen unas candelas encendidas que al amanecer desaparecían sin que nadie supiera qué mano misteriosa las llevaba.

Corrió esta noticia por el pueblo y la devoción a la Virgen aumentó de tal manera, que bien pudiera decirse que todos los santiagueses la llevaban enraizada en el secreto de su corazón: y todos acudían a Ella pidiendo salud para el cuerpo y consuelo para sus espíritus.

Entonces los hechos portentosos se multiplicaron y de tal manera y tan abundantes fueron los milagros realizados por la famosa Virgen, que el portal que le servía de capilla, y el altar se llenaron de exvotos con que los fieles testimoniaban su agradecimiento a las milagrosas virtudes de la Santa Madre de Dios Nuestro Señor.

Y el huerto del convento se veía continuamente lleno por las gentes devotas compostelanas, que iban a postrarse ante la imagen divina para ofrecerle sus creaciones como pago de un bien recibido o para solicitar un nuevo favor. Llegó a ser tan grande la popularidad de aquella imagen, que las buenas monjas, atentas a la mayor gloria de su querida Virgen, creyendo que el pequeño recinto del portal donde estaba no era el más apropiado, acordaron trasladarla a la iglesia del monasterio; y así lo hicieron, con la solemnidad que merecía por sus milagros y la cantidad de sus fieles.

Pero al día siguiente, cuando fueron a abrir la iglesia, Ia santa imagen de la Virgen había desaparecido del altar en donde la colocaran y se hallaba nuevamente en el portalito, como si prefiriese la sencilla pobreza del huerto a la solemne suntuosidad de la morada de Dios.

Volvieron de nuevo a llevarla a la iglesia, y otra vez volvió a aparecer prodigiosamente en el lugar que ella prefería: en su portal, bajo el dosel del cielo, acariciada por la débil claridad de las estrellas de la noche, radiante de luz y de bondad cuando los rayos del sol la cubrían como un manto de espejeantes caricias.

La noticia de este milagro se extendió rápidamente por la ciudad de Santiago, pues el significado bien claro estaba para todas las inteligencias, aun para aquellas más negadas o incrédulas. La santa voluntad de Dios era manifiesta y la lección recibida fácil de comprender. De esta manera quiso Dios, Padre y Maestro, manifestar cómo deseaba que su Madre fuese de allí en adelante loada y reverenciada con el nombre sencillo y humilde de Nuestra Señora del Portal, para que las gentes supieran en dónde pueden hallar su abrigo y su cobijo, pues a todos puede convenirles y todos lo precisan, tanto los ricos como los pobres, los grandes como los pequeños, siempre que con humildad se acerquen a ella para rogarle apoyo, protección y socorro para sus tristezas y enfermedades.

Esta es la advocación y origen de la Virgen del Portal.

Pero en el año 1.693, después de trescientos ochenta y uno que llevaba venerándose en el portal, los santiagueses quisieron pagar de alguna manera la deuda de gratitud que le debían y la ciudad entera la aclamó como Virgen milagrosa; y ya que las necesidades del culto lo requerían, la Santísima Virgen consintió esta vez en que la llevaran de su querido portalito a la capilla que junto a la iglesia del monasterio le erigieron, construida exclusivamente con las limosnas aportadas por los devotos.